jueves, 21 de julio de 2011

Carta Abierta

Fito Páez ha manifestado con  profunda crudeza su estado de ánimo y sus pareceres acerca de los valores que él entiende que circulan hoy en día por la ciudad de Buenos Aires. Le resulta decepcionante que Buenos Aires haya perdido misterio. Parece querer decir, al menos es lo que sus palabras hacen resonar en mí,  que la mitad de su gente está cautivada por un discurso sin ideología, liviano, sin densidad existencial ni vuelo poético, sin metáfora ni utopía. Un discurso que apela, encarnándose en personajes correctos y prolijos que destilan alegría, a “vecinos” sin nombre ni historia a los que se busca vaciar de identidad y de pensamiento.

Reverberando una y otra vez en expresiones superficiales que se empeñan en extirpar de las entrañas del discurso la dimensión trágica de la vida, las palabras que sedujeron a la mitad de los porteños fascinan porque desmienten el dolor de existir. No hay lugar ni tiempo aquí para la contradicción, para la memoria histórica, ni para la tristeza. Sólo cabe la alegría de ir juntos de modo carnavalesco y festivo: que los globos reemplacen a las banderas, que las risotadas aplasten las lágrimas, que el show reniegue de las palabras, que los buenos modales ocupen el lugar de la pasión militante, que las imágenes de esplendor obturen para siempre los baches de nuestras almas.     
Se nos ofrece amistosamente que depongamos las controversias, que celebremos la ausencia de contradicciones, que nos despojemos de nuestras marcas históricas constitutivas. Así dadas las cosas, en este mundo feliz y disciplinado, el gobierno se transforma en gestión, la política en administración, la ideología en un estorbo, la historia en un anacronismo, las convicciones en intolerancia, los ciudadanos en vecinos, la legislatura en un consorcio, y Fito Páez en un fascista. 

Si Fito Páez está asqueado, es porque su sensibilidad artística no puede sino hacer arcadas frente al avance de la pretensión hegemónica de hacer de la vida un vecindario compacto sin fisuras. En un universo tan prolijo y correcto, constituye un acto de la más alta dignidad que Fito pueda decir con valentía que siente asco. No es sino desde la incorrección política que puede darse un testimonio crítico frente a la sensación de asfixia que el Truman Show genera en algunos espíritus sensibles. Si Fito tiene asco es porque  cree que está amenazado el misterio, según él mismo nos cuenta. Porque entiende, y sobre todo siente, que el lugar del deseo y del enigma que animan la existencia pueden naufragar en el compacto océano de la ficción obscena de la prolijidad y de las caras lindas. Porque él sabe que la alegría que nos dona a los corazones en cada gesto de su arte, se revuelve de indignación frente a las muecas de grotesca algarabía que se nos ofrecen desde el poder porteño como anestésicos “contra todos los males de este mundo”, como podría decir Spinetta. Celebro el asco de Fito. Mi sensibilidad no es tan aguda como para sentirlo yo también: más bien sólo puedo reflexionar discretamente frente a lo que entiendo que sucede. Da una inmensa alegría saber que hay personas como él que son capaces de comprometer su fibra más íntima y humana, sintiendo el asco necesario frente al atiborramiento de comida chatarra que no paramos de engullir.

de Martin Esteban Uranga

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